Una ventana para mirar. Sólo necesitaba una ventana para mirar. No importaba qué, no importaba con quién, ni cuánto ni por qué.
Yo quería imaginar que pasaba por el cielo el hombre que veo todas las mañanas sobre Alsina con su bicicleta voladora y su tristeza y me convidaba una mandarina.
Una mandarina con sabor a tiempo y a invierno y una ventana para mirar, mientras el vidrio se empaña si yo digo una palabra y mi cuerpo se excita contra el cristal frío.
Y yo quiero que pase el río por el cielo cuando recuerdo el río, y que pase tu voz y me salude cuando recuerdo tu voz, que parece un pequeñísimo silencio para acariciar.
Pero esta ventana no sirve para mirar.
Y a Buenos Aires no le gusta que la toquen.
Y mis manos no pueden estar quietas.
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