sábado, 8 de agosto de 2009

Pimientos rojos




Después de que lo cagó la cajera en el supermercado, Álvarez decidió dejar de ser tan bueno con Buenos Aires.


Se sentó ese día en una plaza a esperar la tristeza, la diosa igualitaria, equitativa, la tristeza roja como la pelvis de la luna, roja como la salsa del mediodía, roja como la etiqueta del ron habana club, como la etiqueta de la burguesa coca cola...Roja, como la bandera bolchevique... "¡Roja!" le gritó Álvarez a la tristeza que atravesaba Coronel Díaz ese martes a las doce de la noche. "-¡Roja!-"le gritó a la tristeza que agitaba su paraíso de tacones y lápiz de labio, de vino, de soledad, de tardecita. "-¡Roja!!!!-" le gritó a la desgraciada, a la puta venenosa y dulce, a la diosa igualitaria que no distingue al pobre del rico, al tonto del vivo, al poderoso del sometido. "-¡Roja!!!!!-" Y justo ahí, la tristeza se dio vuelta y miró a Álvarez produciéndole por adentro tamaña revolución como la del 17 y Álvarez recordó esos pimientos rojos que la cajera le había cobrado como si fuesen oro, esos pimientos rojos que iba a cortar despacito en su monoambiente de Perú al 1800, al costadito de su kitchenette, esos pimientos, rojos, como los de Prévert, rojos, como el loguito del supermercado disco,como los labios de la cajera del supermercado disco, como el corazón, como la tristeza, como la vida. Esos pimientos rojos, como los pezones de Buenos Aires, que ni todo el hambre del mundo le hace mover un pelo.

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