Bocha siempre se atropellaba la puerta del bar. Bien borracho caminaba las calles de Concordia y nadie lo veía.
Conversaba con el aire desamparado y triste y juntos lloraban viejos amores que se les habían perdido.
A veces, el Olvido, entrometido y terco, bajaba por Castelli y se mordía los labios queriendo escucharlos. Y le daba rabia, le daba mucha rabia que Bocha fuese mudo para él y que el aire fuese tan invisible como sus palabras. Entonces, muerto de verguenza se regalaba a las desesperadas, y éstas se lo comían a grandes mordiscones y se olvidaban de todo.
En la Defensa Sur, Bocha y el aire se fundían a esos sueños baratos que se escapaban entre el humo de las chimeneas pobres y todos los gurises del barrio se transformaban en ilusiones duras como adoquines, y se tiraban violentamente sobre los brazos del Bocha, quien, todo golpeado de ilusión, reía y lloraba al mismo tiempo.
Después, todos se regalaban piedras bonitas del camino y se marchaban a su punto de la geografía inexistente. La geográfica miseria que no se ve.
El aire venía medio mugriento por esos lados. Bocha corría tan contento que no podía respirar. Tenía una boina vieja y sucia que adoraba y las alpargatas agujereadas de tanto andar.
- Qué cosa ésta de querer ser hombre- dijo el aire
- Qué cosa oscura esta clara necesidad de ser aire- dijo Bocha
Eran las doce y sobre la Defensa brillaba la luna, sola.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
anduvieron conmigo