Santa Rosa llegó al fin y se desató la tormenta. Ayer en la puerta de la Iglesia todo era fiesta. La gente peruana que vive en el barrio salió a peregrinar y a vender rosas y chicha morada y comidas lugareñas. El día marcaba los treinta grados de calor y ahí andábamos nosotros. Los "picarones" que vendían en la Iglesia de Santa Rosa llevaban una especie de miel azul y corrosiva que le daban a la masa un sabor particular. Tu pantalón se agujereó cuando te salpicaron algunas gotas. Tomamos el tren General Sarmiento sólo para escuchar un ratito la voz de Fernando Cabrera en el teatro de Morón. Lloré en cada una de sus canciones. No entiendo por qué, Cabrera es de esos músicos cuya canción me parece saludablemente triste, e inexplicablemente necesaria. Antes de él, Palo Pandolfo perdido en su melena de rulos recitaba poemas de Mario Benedetti ..."despabílate amor que el horror amanece..." Y sí, era hora de despertar. La plaza de Morón iba apagando sus luces y la estación de noche se vuelve un tanto melancólica. En el furgón vimos pasar el traste de las casas a cada segundo...Santa Rosa ya iba soplando su viento y ese viento en la cara no nos dejaba vernos. Pasaban las estaciones, pasaban las gentes, pasaban los momentos felices. Buenos Aires volvía a ser una especie de caracol babosa cuya estela mágica luminosa se iba perdiendo llegando a Once.
...ay, Buenos Aires...quién pudiera entenderte, mujer, quién pudiera mirarte a los ojos y sonreírte sin la sensación de haber perdido o de ir siempre perdiendo algo.
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anduvieron conmigo