jueves, 6 de agosto de 2009

Trans


Nos juntábamos los jueves a llorar.
Siempre era distinto el motivo del llanto.
A veces,
no encontrabas ninguna excusa para lagrimear
y entonces corrías al kiosco
sobre avenida belgrano
y comprabas el diario.
Y ahí nomás
se te desprendían las lágrimas.
El mundo se reducía todito a un poco de dolor.
Y después nos amábamos
toda la noche y
transformábamos ese llorerío
en una enorme gigante nube de placer.
El dolor sabía transformarse.
Le gustaba transformarse.
Bailaba con una tanga y escuchaba las kumbia queers.
El dolor del mundo gozaba de la promiscuidad
y a nosotros nos gustaba
que le viniera bien cualquier cosa,
que no le hiciera asco a nada.
Como si llevara una bandera de igualdad y protestara
contra la injusticia universal.
Al dolor le gustaba.
Por atrás, por adelante, por cualquier lugar le gustaba.
Nadie dejaba de acostarse con él.
El dolor era así.
Tan parecido a la ternura que
nos llenaba de miedo.
Y con miedo vivíamos,
hasta el jueves siguiente,
y el siguiente jueves,
y el otro,
y el otro...

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