jueves, 17 de septiembre de 2009

LLueve en Buenos Aires


Llueve sobre Buenos Aires. Caen gotas pequeñas como invasiones. Gotas delicadas y finas. Gotas de lluvia melancólica, no furiosa. Llueve una lluviecita delgada como un horizonte. Parece como si acariciara las ventanas. Parece como una miel transparente su deslizamiento por los vidrios de la cocina.

Me preparo el mate. En el edificio de enfrente un vecino se prepara el mate, y mira la lluvia. Que cae como una sombra hecha de plumas sobre la calle gris.

El kiosquero de la esquina mira la lluvia. El perro negro gigante mira la lluvia. El parrillero mira la lluvia. El dueño de la mercería con su cara cuadrada y con pena, mira la lluvia. El portero, recostado en la pared mira la lluvia.

Llueve sobre la ciudad un jueves de septiembre. Hace tres años ya que desapareció Julio López. ¿López también mirará la lluvia desde algun lugar? ¿Habrá un punto en donde todo lo que se perdió en el camino también mire la lluvia?

Hay un red que une lo que nosotros miramos. Es como si la lluvia haya tomado en serio su oficio de tejedora de redes. Mirándola nos hemos reducido a ser la misma cosa. No importa de dónde vengamos o hacia dónde vamos. Esta sábana de agua nos hace uno. Nos hace partidarios de un mismo viaje cuya soledad colectiva puede ser maravillosa.



"Lluvia" Juan Gelman


hoy llueve mucho, mucho,
y pareciera que están lavando el mundo.
mi vecino de al lado mira la lluvia
y piensa escribir una carta de amor/
una carta a la mujer que vive con él
y le cocina y le lava la ropa y hace el amor con él
y se parece a su sombra/
mi vecino nunca le dice palabras de amor a la mujer/
entra a la casa por la ventana y no por la puerta/
por una puerta se entra a muchos sitios/
al trabajo, al cuartel, a la cárcel,
a todos los edificios del mundo/
pero no al mundo/
ni a una mujer/ ni al alma/
es decir/ a ese cajón o nave o lluvia que llamamos así/
como hoy/ que llueve mucho/
y me cuesta escribir la palabra amor/
porque el amor es una cosa y la palabra amor es otra cosa/
y sólo el alma sabe dónde las dos se encuentran/
y cuándo/ y cómo/
pero el alma qué puede explicar/
por eso mi vecino tiene tormentas en la boca/
palabras que naufragan/
palabras que no saben que hay sol porque nacen y mueren la misma
noche en que amó/
y dejan cartas en el pensamiento que él nunca escribirá/
como el silencio que hay entre dos rosas/
o como yo/ que escribo palabras para volver
a mi vecino que mira la lluvia/
a la lluvia/
a mi corazón desterrado/

3 comentarios:

  1. Viste que un fenómeno individual puede devenir algo grupal. Eso pasa con los susurradores: te digo algo al oído. Eso que te digo teje ilusiones en la membrana fina de los sueños. Llena de estos sueños los estornudás por la ventana, porque te superpueblan, te hacen barullo en la cabezota. Y llueven sobre Bs As. Como la risa del hombre del otro día o como esa película muda que vemos todos al mirar la lluvia por la ventana.
    Un abrazo amiga...

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  2. hum...no te aferres de mi discurso para defender a los susurradores!!!ja. sucede que en sus orígenes los susurradores querían "desacelerar al mundo" no? O sea, tomar un lugar tan enquilombado como el metro para hacer un susurro, o sea una especie de escape en la ciudad. Pero en la escuela ¿qué función cumple? o en las jornadas de cultura, o entre amigos,o...ahí suprime lo colectivo no te parece?
    besos, amigo! trabajá en el guión! tamos colgados!

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  3. buenisimo, siempre estrujando la palabra hasta su mas mínimo aliento!!, tambien ya dijimos NUNCA MAS!

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