"El problema, señor, sigue siendo sembrar amor" (Silvio Rodriguez) Esta es la calle donde vivo. La calle sarandí. Sobre esta calle, mi calle, hay un hombre que duerme con un perro negro.
El perro tiene un collar rojo y siempre está contento.
A la noche se hace un ovillito oscuro arremolinado entre las frazadas.
El hombre tiene cara de enojado y de triste y una melena enorme de rulos. A la noche, se hace un ovillito oscuro entre las frazadas.
Pero no creas que el mundo le da alguna importancia a estas pequeñeces.
¿Te digo cómo son las noches en Buenos Aires?
Un montón de orugas en las calles frías.
Hombres y mujeres envueltos en mantas a cuadros o lisas o rayadas. Totalmente cubiertos.
Cadáveres. Cuerpos sin rostro que el viento golpea y la lluvia abraza.
Orugas. Orugas que no despertarán a la mañana en una linda casa.
Orugas que descansan desde tempranito para zafar de la ciudad o de la vida...
Pero, hablando de otras cosas y de las mismas cosas, muchas veces ceno sola.
Vos también, seguro, en Villa Crespo cenarás solo.
Si al menos uniéramos nuestras soledades todo sería mucho más justo.
Es tan sencillo solucionar lo complicado.
Pero ya ves. La injusticia se encarga hasta del más mínimo asunto.
Le han dado la medalla de empleada del mes.
Le han aumentado el sueldo.
Y ¿quién va a pararla así? ¿Quién la para así?
¿Qué le va a importar un corazón como el tuyo?
¿Qué le va a importar un corazón como el mío?
Se ha comprado, la muy nerviosa, un escobillón que barre toda la esperanza.
Y bien limpita anda la ciudad últimamente.
La injusticia es una workaddict, o algo así, le dicen ahora.
Que haga un test en la revista cosmo a ver qué le sale.
Es una lástima.
Que no gaste su energía en otra cosa.
Pero volviendo al tema, a veces, los caramelos se derriten en el frasco.
Se hacen una bola pringosa, pegotosa, colorinche, intocable.
Se vuelven un uno indestructible porque nadie los come.
Ojalá estuvieran en donde alguien los comiera,
y se llenara de dulce alguna carita sucia,
pero, como te dije,
la injusticia se encarga hasta del más mínimo asunto.
Odio la bola pegajosa de caramelos que nadie quiso.
Odio saber que alguien en algún otro sitio los hubiera amado.
Odio saber que estás comiendo solo y que yo como sola.
Odio saber que podríamos estar juntos y no estamos.
Odio ese perro negro contento y su dueño triste.
Odio tener una cama de más, un cuarto cerrado.
Odio que se tenga lo que no se necesite.
Pero no creas, mi amor, que el mundo le da alguna importancia a estas pequeñeces.
El mundo anda mirando los partidos de fútbol por la tele.
Y mejor no hagas ruido,
porque se enoja.