lunes, 31 de mayo de 2010

Un corazón (como cualquier otro)



Era sábado a la noche y habíamos decidido quedarnos en casa.

Afuera Buenos Aires llovía como una loca, y el mejor programa era un té con canela humeante en la mesa de la cocina y la lluvia golpeando el techo de zinc. Te sentaste en la silla pintada de rojo, agregaste azúcar y el bullicio del agua apenas me dejaba escucharte.

Nos debemos estar poniendo viejos me dijiste.

Te contesté que no. Que yo no me estaba poniendo vieja. Que el que está envejeciendo prematuramente es mi corazón.

Miralo. Te dije. Debe andar por allá...

Agarramos las tazas tan calientes con la mano entera y caminamos hasta el living y lo vimos ahí.

Mi pobre corazón se había alquilado cinco temporadas de una serie yanqui y ahí estaba. Con los ojos rojos de tanto aguantar el sueño. Despatarrado en el sofá.

¿Qué hacen chusmeando desde la puerta? ¿No tienen otra cosa que hacer? Nos gritó enojadísimo.


(Te digo. Que mi corazón ahora se las tira de amo de casa. Me espera con la comida lista. Lava la ropa. Pasa procenex en el balcón. Mira el cielo largas horas mientras riega las plantas.)


Volvemos a la cocina. Comemos una galleta de avena y manzana y me decís.

-Cosa seria, esto de tu corazón. ¿Hace cuánto que está así?-

- Y no sé- te contesto. -Hará una semana, o dos-


Suena el teléfono.

Mi corazón pega un grito que retumba en toda la casa: "¡¡¡No estoy para nadie!!"


Se ha puesto haragán como ninguno. Y malhumorado.

Cada día se baña menos.

Casi no sale de noche.


Pero ese día era sábado y Buenos Aires llovía como una loca. Y encima hacía un frío que no se podía andar en la calle. Y nos sentamos en la cocina con un té con canela humeante y entonces me dijiste:


-Nos debemos estar poniendo viejos, ce-

jueves, 20 de mayo de 2010

Alquileres


Los que lleguen después, cuando nos vayamos de acá, ¿qué sabrán de nosotros? ¿Qué sabrán de lo que esta casa fue?
No sabrán nunca del amor que tuvimos.
De las noches de vino y de guiso y de música.
De los valsecitos de Me darás mil hijos abrazados en el living de derecha a izquierda, de izquierda a derecha...
De tu violenta locura que me hizo odiarte.
No sabrán.
Del espíritu de la vieja que me visitó un viernes.
De las conversaciones eternas. De los fríos que pasamos. Los calores.
De Eduardo Mateo. De la gigantografía de Gelman. De la postal de Ibiza con el hombre en zunga.
De las reuniones festivas las fechas patrias.
De los reencuentros. De los besos. De los abrazos.
De tu insistente e inútil tocada de portero hasta la madrugada.
De aquel que vino de colado a mi cumpleaños y tocaba la flauta horriblemente y tan contento.
De los autos copulando sobre Belgrano.
De las explosiones del calefón y las nudistas carreras.
Del vecino Matías y sus boyfriend cookies y su salida del closet en reunion de consorcio.
De tanta poesía nunca sabrán.
De perra del monte de las perras. Del labrador aquel que te despertó de una lamida.
Del mes que vivió papá antes de partir.
(Los que alquilen ahora, nunca sabrán)
De las comidas vegetarianas con el Juanchi.
De la ensalada improvisada de la casa.
De Antú y Valentino y su strike de pororó.
De tanta película, tanto libro,
tanto, tanto, tanto cariño nunca sabrán.
De la historia del salerito.
De nada. Nunca sabrán. Como yo, adonde vaya, nunca sabré.
Harán una nueva vida en esta casa. La vivirán.
Y la casa volverá a ser múltiple, abierta, inabarcable,
como mi corazón.





"El desconocido" (Pablo Neruda)

Quiero medir lo mucho que no sé
y es así como llego
sin rumbo, toco y abren, entro y miro
los retratos de ayer en las paredes,
el comedor de la mujer y el hombre,
los sillones, las camas, los saleros,
sólo entonces comprendo
que allí no me conocen.
Salgo y no sé qué calles voy pisando,
ni cuántos hombres devoró esta calle,
cuántas pobres mujeres incitantes,
trabajadores de diversa raza
de emolumentos insatisfactorios.

jueves, 13 de mayo de 2010

Avellaneda


(Conozco pocas personas en el mundo como Nico. Personitas hermosas que viven en una completa burbuja. A veces tienen un atisbo de realidad, pero les duele, y entonces prefieren seguir andando en la poesía. Ojalá hubiera más. Hacen demasiada falta.)
Hoy me pasaste a buscar tempranísimo por casa. Plena hora pico de tránsito en el centro porteño. No pudiste estacionar el Celestín y lo metiste en el telo de al lado. Cuando salimos pensaste que la gente nos envidiaría por eso. Todos marchando a trabajar de madrugada y nosotros saliendo de ahí, a esas horas,en las miradas ajenas seríamos felices.
Tomamos la autopista para Avellaneda, llenos de papeles, rumbo a las juntas educativas, sin mates, y encima sin sol, jueves, el largo día jueves como diría Neruda...
Cruzamos el riachuelo, oficinas de miles de colores, hasta la calle Zeballos que serpentea como ninguna. Cómo se mueve y baila esa callecita. Tuvimos que tomar tantas veces la Avenida Mitre para que nos digan que hoy no había atención al público. O tuvimos que tomar tantas veces la Avenida Mitre para ver a esa mujer tan joven toda arreglada y paqueta que metió el taco aguja en la esquina más sola de Avellaneda y se cayó de culo. Justo ahí. Justo en ése momento teníamos que estar nosotros dos, el auto celeste, la mañana...no podía ser otro día que hoy.
Si se pudieran hacer trámites todos los días del año menos hoy, hubiéramos ido hoy. Porque somos así. Vos manejando sin ver casi nada. Yo manipulando guías de transporte. Mientras una vieja cruza la calle a medio kilómetro por siglos y somos los únicos que la esperamos. Somos así.
Juntos no hacemos ni uno.
Lo mejor de la mañana fue encontrar las mejores medialunas del planeta en un café de Monserrat. En el café Monserrat precisamente. Ver la gente que se peleaba en la esquina y el policía sonriente y feliz con sus auriculares y su chaleco fluorescentemente naranja.
Lo mejor de la mañana fue salir a pasear con estas nubes.
Entre las nubes.
Exactamente así.
El mejor tiempo perdido del mundo, amigo mío.

lunes, 10 de mayo de 2010

Domingo

Una mañana de domingo
de invierno al sol.
Descalza.
En una reposera verde
con un perro gigante que
me acerca su cabeza para acariciar.
Una mañana helada
pero llena de sol
debajo del timbó
con el mate humeando,
el diario del domingo abierto
en mi falda,
el olor a lavanda,
el murmullo del río cerca.
Una mañana de
sol de
invierno
con un colibrí detrás mío,
una abeja,
el pasto verde alrededor
y un ovejero alemán que
me apoya su cabeza para que
la acaricie.
Una canción de Compay
que viene de la cocina en donde
el almuerzo está
comenzando a existir.
Un pájaro que mira
escondido entre las ramas
de los eucaliptos.
Un bicho bolita
acurrucado en la galería.
Un sorbo de agua caliente y
entre la yerba,
mojada,
la felicidad.

martes, 4 de mayo de 2010

Manguruyú



Algunas mañanas amanezco con forma de manguruyú.

Vos ya estás acostumbrado a estos cambios y me cargás en el auto dentro de una palangana y me llevás al río.

Todos los pescadores de enfrente a aeroparque te miran y no entienden. Nadie nunca nos entiende a los dos.

Te digo que a las siete me pases a buscar.

A veces hace frío y sé que acercarme hasta la costanera de madrugada es todo un acto de amor.

A veces hace calor y el amanecer al lado del susurro del agua es una linda canción.

Cuando entro en el río y beso el río, sé que te quedás mirando un largo rato para ver qué camino toma mi cuerpo escamado, pensando si regresaré.

Sé que te morís de miedo cuando la lascivia del pescador arroja su bonita carnada.

Algunas mañanas amanezco manguruyú.

Vos no entendés por qué me seguís queriendo pero igual me cuidás.

Yo nado todo el día en los alrededores de Buenos Aires hasta que venís por mí.

Subo al auto y vuelvo a ser persona, llena de problemas comunes y de cuentas por pagar, y de preocupaciones.

Pero miro tus manos que manejan tranquilas, tus ojos marrones, y confío, confío que el mundo,así como está, sigue valiendo la pena.