domingo, 31 de enero de 2010

Cómo nace una historia

Comenzamos a inventar historias en la orillita del lago. Marga pescaba mojarritas con una bolsa de nylon y el cielo estaba nublado denso espeso como la leche condensada.
Las historias nacen como los rumores. De gente reunida alrededor del fuego, alrededor del mate, con ganas de sumar palabras al discurso del mundo.
Y la tarde de verano se prestaba para un cuento de suspenso. Las nubes grises que se avecinaban gordísimas por el cielo se nos unieron a la ronda y nació el monstruo.
Las mojarras dejaron de interesarse en el bizcocho viejo y escucharon la historia.
Los pájaros que merodeaban agobiados del calor escucharon la historia.
Los sauces, dejaron de llorar un rato su pena antigua y prefirieron la historia.
Es que todo cuento que nace, nace porque un oído está ahí, atento al desenlace.
Nació el monstruo del lago de Salto Grande un sábado de enero y los turistas huyeron.
Cometió atroces asesinatos de insectos y hasta un incendio.
Doce naufragios se le adjudicaron y una tormenta de truenos.
Todo empezó a parecerse real en nuestra orilla.
No había calma en el mate amigo ni en las medialunas. Todo era un escozor y cualquier ruido nos sobresaltaba.
Un perro se alejó por miedo a volverse personaje. Lo vimos correr entre las piedras, con la cola baja.
Comenzamos a narrar historias a la orillita del lago. Y así nació el monstruo, que se hizo compañero después, y nos cebó unos buenos tererés cuando cayó el sol...

domingo, 24 de enero de 2010

"Anchoas"


No. Anchoas en el río no hay Ce me dijiste serio, seco, descreído de mí y de mi aguada palabra.


Y me cebaste un mate, amargo, lavado, y me dijiste Imposible, niña, gurisa, la anchoa, es un pez de mar, no de río, de mar, como la caballa.


Y yo, que no sé de hábitats marítimos pensé que lindo montar una caballa y salir a cabalgar entre las olas, qué lindo, como ir a cuestas de una raya bordeando las orillas...


Y me dejé llevar por tu sapiencia y te cambié de tema...


Entonces Nos inundaron los colores y la luna nos dejó en silencio a los dos y te dejaste acariciar y me dejé tocarte. Y te dejé entrar en mí. Vos y tu conocimiento de la fauna, tu breve pasión por lo salvaje. Vos, entrando en mí con delicada furia mientras el bote se ladeaba de un lado a otro, de un lado a otro, de un lado al otro, y la luna, cubriendo la noche con su aliento blanco y el río, tibio caminante debajo de nosotros, de nuestro amor desnudo, de nuestro húmedo amor...


Algo sentíamos. Algo que iba más allá de la noche, más allá del lugar, del sexo ligero y cálido como el verano, como la ropa del verano, algo que andaba en el agua, que se movía además o también en el vaivén de nuestro abrazo...


Anchoas pensé anchoas te dije.

jueves, 21 de enero de 2010

Enero me dice...





"yo me quedo con todas esas cosas, pequeñas silenciosas, con ésas, yo me quedo" (Pablo Milanés)

Enero me dice que anda cansado. Que este año lo encontró viejo y apático y solitario. Que anda sin ganas de clericó y de playa concurrida. Que prefiere una siesta en la galería, una siestecita tranquila escuchando Viglietti y tomando unos mates mientras el mundo gira, como si nada.

Enero me dice que anda con alma de poesía. De torta marmolada a la tardecita. De grito de diarero y de chicharra asustada. De caminata nocturna al lado del río. De conversaciones largas con vino en la mano. De abrazos gigantescos en cualquier vereda.

Que anda con ánimo de gelatina, sí, de gelatina. De disco de rada al atardecer. De lapiz urgente para dibujar un pájaro, de mariposa blanca en la ventana.

Que anda con espíritu de pescador, con corazón de bicicleta.

Enero me canta una canción de cuna. Para dormir a los perros y a las vecinas. Una canción de tero guardián en plena quinta. Un salpicón de agua en medio de la frente. Un libro de arena pisado en la baldoza. Un plato desparramado de pan dulce.

Una soledad enera impúdica bajo los árboles.
Una llovizna caliente sobre la mesada.
Una caricia suave en el pelo mojado.

Eduardo Mateo flotando en el aire, entre las nubes.

Enero me dice...
que de esas cosas se trata un poco, un poco, la felicidad...

martes, 12 de enero de 2010

Si Virginia...



Si Virginia Woolf hubiera estado esa noche con nosotros en ese jardín alguna cosa hubiera aportado a la charla. Nos hubiera contado algo de la escatología de Joyce y hubiera escuchado la lluvia tan violenta sobre las chapas.

Si Hemingway se nos hubiera aparecido, algo nos habría contado. Se tomaría esos rones con nosotros y nos enseñaría la manera justa de mirar el mundo a través de un vaso de alcohol y hubiéramos, juntos, imaginado un mar.

Si ese director de cine yanqui del que no recuerdo el nombre nos hubiera escuchado hablar de él. Habría regresado del más allá a contarnos la historia verdadera de los elefantes.

Porque nosotros somos palabras que llevan palabras. Cargamos vidas y discursos ajenos en la espalda.
Restos de poesía que el tiempo deforma aumenta y rehace a su antojo. Restos de poesía que el tiempo devora con ferocidad...

Y bajo la lluvia seguiríamos tomando cuba libre y viendo los árboles moverse con el viento incesante de la madrugada. Un reggae lento y monótono dejaría los cuerpos bailando a la intemperie en la misma y aburrida fila rítmica, entre los bananos.

Si Virgina Woolf hubiera estado esa noche ahí, en ese jardín, yo sé que me hubiera sacado a bailar en el instante mismo en el que comenzaran a nacer las estrellas sobre Concordia.
Yo sé. Que me hubiera sacado a bailar.

viernes, 8 de enero de 2010

Blancos pedacitos...

Estábamos pasando la siesta en el jardín. Ensimismados, inmiscuídos en el agrioinfernal canto de las chicharras y el último disco de lisandro aristimuño. Tan alto tan fuerte cantaban las bichas que apenas podíamos escucharlo. Las perras se entretenían intentando atrapar los mosquitos en el aire y en el intento hacían un sonido seco como un clap duro un aplauso interrumpido...
Una canilla goteabla plic plic en una olla abandonada. Un benteveo miraba con mirada asesina desde el limonero.
No había lugar para el silencio.
En la cocina, alguien preparaba galletitas con paté y buscaba el abrelata entre todos los utensilios del cajón que chirriaban. Chás..clin..clan...
El sol cubría el cielo con lascivia.
Vos cebabas el mate y me hablabas me contabas cómo se te venía escapando el amor por estos días.
Vos te quedabas sentado en la galería y lo veías pasar al amor en bicicleta. Te lo encontrabas en la panadería. Lo veías desnudo en la orilla del río.
Y yo te decía a todo que sí. (Siempre te digo que sí, pero adentro mío al mismo tiempo me viajan historias de miles de colores, yacarés me nadan por la sangre, ideas me llenan el alma)
Y vos seguías en tu ternura cálida y precisa y fue ahí que vimos a la planta vibrar.
No necesitó ni un viento para empezar a temblar como una virgen. Nada necesitó y se sacudió, comenzó a sacudirse como perro pulgoso y todas sus pequeñas partículas de cuerpo empezaron a cubrir el aire y el jardín.
Y todas las cosas se callaron. Todo el universo se quedó callado para mirarla. Para mirar los hijos de la planta que se echaron a volar por el mundo.

... los vimos alejarse en el aire, blancos como dientecitos con alas, blancos como pedacitos de amor entre las sábanas, blancos...

sábado, 2 de enero de 2010

que las cosas sean...


Yo quiero que las cosas sean así de fáciles.
Que juntemos cuatro o cinco pedazos de soga y podamos jugar toda la tarde.
Y Que esos pedazos de soga que son nuestro juguete nos parezcan importantes.
Que no lo olvidemos entre los naranjos.
Y que nos pasemos el año jugando. Jugando como un cachorro. Queriendo.
Yo quiero que las cosas sean así de simples.

Que no nos compliquen más el mundo.
Que te tomes unos mates conmigo esta tardecita.
Que me lleves a mirar el río.
Y que nos seamos importantes. Y que nos importemos.

Que juntemos cuatro o cinco piedras en la orilla.
Y juguemos a quien hace el sapito más largo, mientras las nubes del atardecer cubren el cielo, y la vida se vuelve rosada y tibia y melancólica y nuestra....

Lo veloz


Y este comienzo de año me encontró en paz. Dejé la bici a un costado y voy a caminar. El río dejó su marca por toda la ciudad. ¿Qué se llevó el río? ¿Adónde se fue el río que se fue? Me voy a ir con él. Seguro él sabe más que yo lo que se siente correr y que el verde alrededor se vuelva una acuarela. Le voy a preguntar algunas cosas. Ya tendré tiempo de parar. ¿A quién no le gusta de vez en cuando la velocidad?