lunes, 28 de diciembre de 2009

Como sapos

En Federación los sapos se quieren, y no les importa otra cosa que quererse.
Los sapos se aman cada día como el último día, y después salen a cantar en la orilla y a nadar un rato. A mirar el sol que se pone sobre el lago crecido y a comer moscar jugosas y gordas para festejar el fin de año.
Los sapos son felices...y feos y granujientos y tienen miradas frías y no son suaves y la gente a veces les tiene miedo.
A nadie le gusta compartir la pileta con un sapo. Los sacamos del agua y los arrojamos al aire, y hasta es divertido ver, cómo se despatarran en el cielo y caen en cualquier parte del mundo.
Algunos malditos hasta los hacen fumar para que exploten. Algunos les tiran piedras. ¿Por qué? Son tan buenos los sapos. Y les importa tan poco nuestra indiferencia o nuestro maltrato....ellos son felices igual. Para ellos la felicidad es algo establecido, como la vida.
Y se aman entre los pastos, en el agua, dejan sus huevos rosados que contrastan con todo el marrón del barro y de los ríos.
En Federación y en todos lados los sapos se aman. La gente no sé...



...amémonos como los sapos, amémonos y salgamos a cantar después y a mirar el cielo. Amémonos entre las plantas y dejemos pasar el sol bien despacito...
...Como sapos. Verdes. Grises. LLenos de croacraces húmedos. Llovamos. Andemos. Amémonos. Cuidémonos. Hagámonos un uno. Uno solito así, cerca del agua, y vivamos...y vivamos, sí, de esa manera.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Abstracto


Hoy me levanté y la lluvia todavía se sentía en el aire. Cerquita, se escuchaba el río manso y gigante sobre el camino. Respiré hondo. De los árboles colgaban gotas, y andaba una brisa, una brisa rara por el cielo, una brisa fresca y húmeda, contradictoria...
Pensé en vos. Tengo un recuerdo en abstracto. Es así. Una visión borrosa de tu sonrisa que me recorre a veces. A veces, con la noche, con la lluvia, con la soledad o con la risa.
No supe más nada de vos. Nada de vos. Hace días que dejé de encontrarte en la calle Pasco y no sé por dónde andarás. Quizás andarás cerca del río, como yo, preso de ciertas melancolías que trae el fin de año, o quizás andarás envuelto en la ciudad, eufórico, feliz, no sé.
Te quedó al menos un recuerdo de mí. Un pequeño libro para leer. Una flor.
El sol salió apenitas en la siesta y trata de cubrir la galería. La perra acaba de escaparse y enloquecida, pisa los charcos de agua que las baldozas protegen, resguardan de la desaparición...

Hay un viento que mueve las hojas, y las macetas colgantes. Miro el jardín y aparecen el viejo gomero y el banano. Una jugada a la escondida de la infancia. Un piano.
Quiero tomar mate y sentarme a mirar en el escalón, cómo volvió a salir el colibrí para hablar con las flores.
Al menos alguien todavía se encarga de volar entre las flores. Quiero ser un colibrí. Alas de colibrí livianas y solas como canta Silvio. Quiero escuchar a Silvio.
Hace diez años mirábamos la lluvia con el Juanchi acá en la galería, y cómo nos gustaba.
Vuelvo a tu recuerdo en abstracto, es una sutil forma de la felicidad, y el jazmín me hace llegar una invitación, y voy para allá...me voy a quedar ahí, si querés...podés darte una vuelta, si tenés ganas, siempre hay alguna manera de llegar.

sábado, 19 de diciembre de 2009

Mañana de sábado

Recibí la mañana en Lanús. En el borde de una avenida, esperando un colectivo que jamás pasaría y viendo como los rosados del cielo cambiaban a naranjas, amarillos, violetas. Mirando una pequeña rata que hurgaba entre las basuras (¡cómo me gusta el verbo hurgar!) y mirando la gente que volvía de sus salidas, rota, gente rota, partida al medio, como nosotros de tanto brindar, de tanto bailar, de tanto hablar, de tanto andar por la noche cálida que nos abrazó desnuda.
Recibimos la mañana en Lanús. La estación de trenes estallaba de gente. De panzas, de amigos que vuelven abrazados para avanzar un poco...
Es el clima de las fiestas. Ese mejunje, amalgama de euforia con pena, de euforia con vacío. Indescriptible. Vemos que pasan los años, que pasan los días, y vuelven los fines de años con todas sus celebraciones, sus despedidas, sus juntadas, sus cenas, sus almuerzos, sus llamadas...
Un ciclo saludativo, alegre y a su vez, contradictorio. Por que el año pasa, y el año que viene, aunque si bien parece incierto, vuelve a ser la misma cosa.
Yo no quiero volver a ver lo mismo. Quiero que Buenos Aires se ponga las pilas o se ponga las alas, para quitarnos este deseo de partir todo el tiempo.
Llegué de Lanús a las siete de la mañana y Rogelio ya tomaba mate en la puerta. Arranca temprano la vida de Rogelio che. le digo.
Un hombre de remera azul y de ojos azules estaba parado al lado con unos colchones. Nuevos vecinos para arrancar el año. Buen síntoma.
En mi casa ya no hay nadie. Todos se fueron a Concordia. Estarán al sol mientras yo escribo esto en la soledad sin ruido de mi casa. Escucho la música de Zorba el griego y dejo que una leve alegría me recorra, como si algo fuera a suceder hoy mismo en el mundo.
Tengo que terminar este café e irme a tomar el subte E para trabajar con Nico en los escritos de los chicos del taller...Los ojos no me abren del todo. Tengo un vaso de cerveza en la cabeza y una nube rosada de Lanús que me traje pegada al vestido. Tengo una canción que me persigue todo el tiempo y una humedad que últimamente, se lleva bien conmigo.
Qué se le va a hacer. A veces es inevitable la felicidad.
Cada vez pienso más, que la vida, está terriblemente de mi lado.
"La pura verdad" Paco Urondo
Si ustedes lo permiten,
prefiero seguir viviendo.
Después de todo y de pensarlo bien, no tengo
motivos para quejarme o protestar:
siempre he vivido en la gloria: nada
importante me ha faltado.
Es cierto que nunca quise imposibles; enamorado
de las cosas de este mundo con inconsciencia y dolor y
miedo y apremio.
Muy de cerca he conocido la imperdonable alegría; tuve
sueños espantosos y buenos amores, ligeros y culpables.
Me avergüenza verme cubierto de pretensiones; una galli-
na torpe,
melancólica, débil, poco interesante,
un abanico de plumas que el viento desprecia,
caminito que el tiempo ha borrado.
Los impulsos mordieron mi juventud y ahora, sin darme
cuenta, voy iniciando
una madurez equilibrada, capaz de enloquecer a cualquiera
o aburrir de golpe.
Mis errores han sido olvidados definitivamente, mi memoria
ha muerto y se queja
con otros dioses varados en el sueño y los malos sentimientos.
El perecedero, el sucio, el futuro, supo acobardarme, pero
lo he derrotado para siempre; sé que futuro y memo-
ria se vengarán algún día.
Pasaré desapercibido, con falsa humildad, como la Ceni-
cienta, aunque
algunos
me recuerdan con cariño o descubran mi zapatito y tam-
bién vayan muriendo.
No descarto la posibilidad
de la fama y del dinero; las bajas pasiones y la inclemencia.
La crueldad no me asusta y siempre viví
deslumbrado por el puro alcohol, el libro bien escrito, la
carne perfecta.
Suelo confiar en mis fuerzas y en mi salud
y en mi destino y en la buena suerte:
sé que llegaré a ver la revolución, el salto temido
y acariciado, golpeando a la puerta de nuestra desidia.
Estoy seguro de llegar a vivir en el corazón de una palabra;
compartir este calor, esta fatalidad que quieta no sirve y se
corrompe.
Puedo hablar y escuchar la luz
y el color de la piel amada y enemiga y cercana.
Tocar el sueño y la impureza,
nacer con cada temblor gastado, en la huída.
Tropiezos heridos de muerte;
esperanza y dolor y cansancio y ganas.
Estar hablando, sostener
esta victoria, este puño; saludar, despedirme.
Sin jactancias puedo decir
que la vida es lo mejor que conozco.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Un mangangá y el sentido práctico de la palabra según Antú


El feriado del ocho de diciembre nos levantamos temprano y decidimos con Antú ir a caminar a la reserva ecológica y llegar al río. Yo andaba con necesidad de río y de orilla, y no nos importó que la única playa posible fuese una adoquinada.


En el camino, ya en la costanera, se nos cruza un mangangá gigante, que salió de entre las plantas a toda velocidad sobrevolando nuestras cabezas y haciendo círculos en el aire.


-Mirá Antú! un mangangá, un mangangá- le digo


- ¿Qué?- me contesta

- un mangangá!!!!- (no suelo ver mangangases en buenos aires por eso me alteré tanto)


Y él me contesta. -Mamá, ¿por qué seguís hablando como en Concordia si hace tiempo que vivís en Buenos Aires?. Acá es abejorro!!!!-


Y yo le digo: -Antú, yo aprendí a hablar de una manera y no me parece que tenga que cambiarla por vivir en otro lugar. Además la palabra mangangá es guaraní, y es más linda que la palabra abejorro-


Y Antú, me dice, bien serio, casi enojado. -Pero mamá, pensá, la palabra "abejorro" tiene un sentido, es una abeja, pero grande, o gorda, un abejorro. En cambio mangangá ¿qué sentido tiene?-


(No sé. Un sentido estético para mí, o de pertenencia a cierta región, no sé)


Y entonces vuelve a su clase de doctorado y me dice otra vez: -Pensá, por ejemplo, colibrí y picaflor. Colibrí es más linda, pero picaflor también tiene un sentido. Si pica una flor, es porque tiene pico, es un pájaro. En cambio ¿colibrí?-


Para Antú el lenguaje no es tan arbitrario. Le dio un giro a la esperanza. A la frustración colectiva de que las cosas se llaman porque a alguien se le canto alguna vez que se llamen.


Como a mí a veces se me canta nombrar las cosas como me da la gana.


El mangangá desapareció volando sobre las barandas. Una paloma picoteaba un resto de chorizo. La siesta se nos venía encima con toda su rabia.


Y yo me quedé pensando en las palabras, en una larga cadena de palabras en la que con Antú nos hamacamos hasta marearnos...






miércoles, 16 de diciembre de 2009

y en el sitio ése anda siempre la ternura....


Con el Gusta decíamos que no se podía escribir nada bueno si se estaba enamorado.

Que lo que nos podía salir bien, que valiera la pena, surgía de momentos de tristeza, de penita, de desesperada soledad.

Pero el Gusta y yo jamás andábamos en soledad. Y jamás dejábamos de andar enamorados. No concibíamos la vida sin amor y entonces, siempre íbamos a estar escribiendo cosas horribles.

Era modesta nuestra teoría. Jamás llegaríamos a escribir algo bueno si seguíamos como diría Gelman, siempre trayendo noticias del amor.

-"¿A qué apostamos, ceci? ¿A qué? ¿A la literatura o a la ternura? ¿En qué punto pueden coincidir sin rozar las cursilerías siniestras? ¿Para dónde vamos?"-
El tiempo nos separó un poco. De esas épocas en que vivíamos poetizando, tomando mate con lavanda picada, tomando vino hasta que venga el alba, ya no queda nada.

Buenos Aires nos hizo otra cosa. Nos rehizo de otro modo. El gusta trabajó en un kiosco. Conoció mujeres, conoció lugares y el andar enamorado ya era una circunstancia a la que no le dábamos tal importancia como para que creara un debate en nuestra vida. Y después se fue.
El tiempo nos separó.
Un poco nomás.
Porque me lo encontré hace un mes en el encuentro de murgas y nos reconocimos. Él, como siempre, de la mano del amor, y yo, en alguna pasajera soledad.
Nos reconocimos. Casi hermanos somos con El gusta. Nos separa un cachito la distancia, pero el alma, yo sé, la tenemos repartida, un poquito para cada uno.


Se caen todos los soles del otoño
entre las plantas del zapallo/
y en el sitio ése
anda siempre
la ternura (que)
arde/ bochornosa y enfadada/
El tocarse con otro cuerpo el fondo
es el juego que nos une a todos/
La timidez trae muchos espacios de imitación/
Arcos que vibran en el sentido
mientras nos agarramos como a un cable
de 360° y nos electrocutamos.../
Es bueno saber que en el habernos
quedado pegados existe el sentido
de la familia de palabras/
que dice:
seguir el camino/ cualquier
camino que tome el corazón/
el alma.
(él puso las palabras, yo las hice bailar, y ahora que las leo de vuelta, veo algún intertexto con alguna canción de La Renga no? Pucha, maldito rocanrol, maldita teoría literaria...)

martes, 15 de diciembre de 2009

La pileta zombie (una historia de horror)



Hoy hablé con Tere para ver en qué andaban sus cosas allá en Concordia y para arreglar qué hacemos la semana que viene que voy para allá a quedarme unos cuántos días. Qué vamos a hacer sin playa pensamos las dos. Adónde vamos a ir estas tardecitas que vienen si no tenemos la playa, ni la costanera para ir a tomar unas cervezas. No sé. Qué triste va a estar el río tan alto, che.

Entonces le digo, rememorando viejas épocas, de ir a la pileta de su casa, al lado del limonero, y escuchar El otro yo y alegría alegría como en la secundaria.

Y Tere me dice que sí. Que ahora no hay problema. Pero si hubiera sido hace unos días, sí los hubiera habido. Lo que pasó fue verídico, me lo contó Tere y sucedió en su propia casa en la calle Federación.

Parece que con las recurrentes lluvias y humedades de Concordia, la tierra que bordea la pileta se ablandó, se puso frágil a todo removimiento, fértil a más no poder. Y la pileta, que sentía que esas cadenas que la ataban a ella, a la tierra, estaban rotas, sufrió en todo su cuerpo la necesidad de la libertad.

Sacó un pedazo primero, después otro, y otro, y al final, se desenterró...feliz estaba!!! Agitando la bandera de la euforia después de años abajo del suelo mirando siempre la misma porción de cielo.Era un muerto que había vuelto a la vida, y se estaba yendo para la avenida San Lorenzo a tomar un flechabús para la capital cuando Tere la vio.

Numerosos vecinos tuvieron que ayudarla a capturar la pileta. Que estaba loca de ira de sólo pensar en volver a un jardín entre cuatro paredes. (por más que iba a extrañar un poco al limonero, que tan bien la atendía.)

Y así, entre vecino, cuerdas, disparos, capturaron a la pileta y la devolvieron a su lugar establecido. ¡Pobrecita que sólo pudo gozar unos minutos de la libertad!

Ahora no sé. Tengo miedo de que nos muerda si nos metemos dentro de ella este verano. O nos cierre los brazos tan fuertemente hasta asfixiarnos o no sé... Voy a decirle a Tere que mejor vayamos a la pelopincho de la Espe, que no tiene ningún resentimiento con su lugar en el mundo, ni ninguna aspiración de pájaro.

lunes, 14 de diciembre de 2009

Wilde en Monserrat


"Lo menos frecuente en este mundo es vivir.
La mayoría de la gente existe, eso es todo."
Oscar Wilde
Si Oscar Wilde viviera, si viviera entre nosotros todavía, se habría comprado la Botica del Ángel de Bergara Leumann que seguramente hubiera sido su amigo y allí viviría, feliz, entre angelitos y estatuas de mármol en pleno barrio de Monserrat.
Estaría tan contento de estar a tan pocas cuadras del Congreso para marchar henchido de orgullo todos los noviembres en la carroza del suplemento Soy, con luces y plumas, con Noy, Ferrari y Sancinetto.
Adornaría su cuarto con ojos de pavo real. Con almohadones de leopardo. Con pelos de gato de angora en tonos rosados...
Bailaría en el programa de Tinelli y se disputaría el personaje de turno junto con Ricardo Fort y demás víctimas de la exposición mediática. Afirmaría todavía que no vale la pena hablar del mundo sino del arte, que lo que se ve ¿para qué contarlo si lo estamos viendo todo el tiempo?
Sabría de sobra que es la sociedad la que te sube y te baja el ego hasta rozarte con la muerte...
Si Oscar Wilde viviera. Lo cruzaría cada mañana con un perro salchicha atigrado y un girasol en la mano como solía llevar. Riéndose a carcajadas, cubierto de terciopelo, con manchas de Bloody Mary en el sombrero.
Si Wilde viviera, si hubiera podido volar entre los siglos y llegar a Buenos Aires, si estuviera con nosotros, al menos nadie lo encarcelaría por amar libremente, sin ninguna restricción, por amar sin límite, sin mesura, sin razón, por amar tanto tanto tanto hasta la ruina.

viernes, 11 de diciembre de 2009

No sirven los planes




Y venía con el papelito arrugado dispuesto a dártelo pero te vi de lejos. Te me fuiste otra vez. y no me importó...porque soplaba una brisa que hacía que las cosas valieran la pena y disfruté del almuerzo y hasta me hicieron lindos regalos que no esperaba y Volví caminando por once lleno de gente, que no me dejaba avanzar (y no me importó). No me importó volver caminando a uno por hora desde Corrientes y Pueyrredón hasta Moreno. Ni los colectivos que me bañaron en humo gris, ni las bocinas, ni los vendedores que me gritaban al oído que elija una faja o un reloj. No me importaba... Porque como ya te dije, soplaba una brisa que hacía que las cosas valieran la pena. Y en mi casa me esperaba un árbol de navidad hecho de caramelos. Y un mate rico para estudiar en la siesta y además, te vi de lejos, me guardé el papelito arrugado, y me dije, está bien, otra vez será. ¿Cuál es el sentido de la prisa? Siempre sé adónde ir a buscarte.


"Proclama" de Reynaldo Sietecase

Vamos a pedirles documentos a los policías
Voto de pobreza a los presidentes
Arrepentimiento público a las virgenes
Sensatez a los conductores de la tele


Vamos a quitarles vanidad a los ricos
Hambre a los desesperados
Temor a los diferentes
Ingratitud a los embajadores


Vamos a reclamarles
Piedad a los asesinos
Memoria a los olvidados
Dulzura a los tristes

Pediremos lo imposible y más
Que dios no se convierta en bandera de la muerte
Que nadie disfrute lo que no necesita

Y que me ames
Y que me ames
Ya que estamos pidiendo


miércoles, 9 de diciembre de 2009

Ahora sí


"Ahí, debajo de la tierra,
no estas dormido,
hermano, compañero.
Tu corazón oye brotar la primavera
que, como tú,
soplando irán los vientos." (Victor Jara)
Ahora sí, Jara, treinta y seis años después, descansá en paz, descansá un ratito, dejate de vivir tanto, y descansá. Dejate descansar. Dejá la guitarra a un lado y dormí un rato.
Debe haber sido agotador andar andando tanto...y seguir andando, y seguir andando...

Apariciones

Es tempranísimo de una mañana de viernes sobre Buenos Aires, y Marta, que ha venido de visita desde Concordia me cuenta que anoche no pudo dormir. Que un perro gigante y peludo se le apareció en mi cama, y que ella intentaba gritar y no podía. Que la llamaba a Inés y nadie la escuchaba. Y el perro gigante y peludo estaba ahí, mirándola.
Entonces no me queda remedio que contarle que una noche de viernes en que el viento golpeaba las ventanas del departamento, hacía volar los papeles y sonar los llamadores, me levanté en medio de la oscuridad y una vieja flaca, de canosísimo pelo blanco estaba sentada al lado de mi cama, mirándome. Yo cerraba los ojos, y volvía a abrirlos y la vieja seguía ahí. Con la mano en su pera, como sosteniéndole la cabeza, mirándome. Con su pelo largo, lacio, blanco como la luna.
Y Marta me cuenta que cuando era chica, allá en Corrientes, iba de la mano con dos de sus hermanos menores por el campo, bajo el sol dorado de la siesta y vieron un hombre muerto. Un hombre moreno, de traje blanco, blanquísimo, apuñalado, manchado de sangre en toda su pureza. Y que desde ese día, hace tantísimos años, el hombre de traje blanco apuñalado, se le aparece a veces, con un gesto amable y se quita el sombrero y se queja del calor del litoral.
Nunca jamás se olvida de ese hombre.
Y así vamos, cruzando historias que apenas rozan el mundo conocido, y entonces, me dice, que ella tenía doce años cuando murió su padre. Un mozo de campo, de andar a caballo de día y de noche. Y que una tarde,unos meses después, estaba sentada en el comedor de su casa, y lo vio pasar, a caballo, veloz como una estrella fugaz y brillante, a toda velocidad de la habitación a la cocina... y fue la última vez que vio a su padre.
Yo le creo. Así como ella me creyó. Y tomamos mate toda la mañana mientras el sol se mete por el balcón haciendo brillar la casa, los lugares donde sigue posándose la magia. El aire, la tierra, el agua. Partículas de un poco de miedo, que no podemos explicar.

sábado, 5 de diciembre de 2009

Inolvidable



Recordaré enviarte otro abrazo volante, por si te quedás sin, por si andás solo, o andás triste, o andás lejos.

En un rato, voy a salir al balcón, voy a recortar un pedacito de la red protectora y te lo voy a mandar. Le voy a dar cuerda un ratito, para que vuele mucho, para que te busque, donde sea que estés, y te encuentre, y te apriete con fuerza y con ternura y te diga, que viene viajando hace horas bajo la lluvia, que le cebes unos mates, que me pienses.

Es que hace mucho que no te me aparecías en forma de recuerdo.

Hace mucho que no sonrío pensando en tus ojos. En la manera en que caminamos un día de la mano. En esa copa de vino en un restaurante del centro mirándonos fijo. En ese disco de Compay en la mañanita fría de agosto con café y mermelada. En ese libro de Gelman que se fue en tus brazos.


Recordaré enviarte otro abrazo volante, por si te quedás sin. Por si andás con alguien, o andás feliz, o andás cerca.

Voy a salir a la puerta. Le voy a poner ruedas, para que te busque donde estés, y te diga que hace horas que anda rodando, que le convides un mate, que pienses en mí.

Hace bastante que no te me aparecías.
Y hoy te pensé.
Me encanta y me asusta cuando me abruman esos pensamientos antiguos, esos besos tan lindos y tan largos, aquella única siesta porteña, inolvidable, que vivió lo que una mariposa.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Olfatos


Hoy en el Pago fácil había olor a esencia de vainilla. Fuertísimo. Tan rico. Tan tan rico. Si cerraba los ojos volvía a la cocina de mi abuela en Concordia. A la torta marmolada, al té con leche. A los ladridos de las perras en la galería. Si los abría, estaba en el Pago fácil de Paraná Y Córdoba en kilómetrica pero paciente cola...


Hoy en el edificio de aguas argentinas había olor a pasto recién cortado. Y a barro. Si cerraba los ojos estaba en el río allá en Concordia, preparando el mate, parando al churrero para comprar esas cosas con grasa que tanto nos gustan... si los abría, volvía a esperar que llamen mi número para pagar la boleta...


Hoy en El gato Negro, el café sobre Corrientes, había olor a canela. Mucho olor a canela que se bebía del aire como un suspiro. Si cerraba los ojos estaba volviendo una madrugada de Pampa y la vía en moto con Mariano Beitía con el olor a canela y a lluvia por la carretera Urquiza. Y las pequeñas gotas que nos pegaban en la cara. Y el aire tan limpio y tan rosado... Si los abría, estaba otra vez pasando por la puerta de un café de buenos aires lleno de gente que desayuna grises.


(No me cabe la menor duda, en cualquier leve olor del mundo, por pequeño que sea, está toda todísima nuestra vida.)