lunes, 30 de noviembre de 2009

Insomnio


No puedo dormir.
La culpa es de la nueva vecina, seguro. LLega de trabajar a las doce de la noche y prende la luz de su cocina. Su cocina que está justo enfrente de mi cuarto de persianas abiertas. (No soporto las persianas cerradas ni las ventanas cerradas). Entonces la luz de la cocina de enfrente se enciende a las doce, y no es una luz cualquiera, es una luz blanca de quirófano que ilumina toda la cuadra y el patiecito de Víctor allá abajo. Y la vecina, que estuvo trabajando toda la tarde, llega a su casa con ánimo de cena buena. De carne al horno con papas, de lechón asado en papiñas con salsa de mucho tiempo, y ahí está. Hasta la madrugada, vigilando el horno con su luz de quirófano y la radio encendida. Y yo también. Con ella.
Encima, el basurero pasa después de la una. La cuca, con los basureros que parece que cargaran palas y fueran raspando toda la extensión de la calle sarandí. Y trash trash los basureros que remontan la calle trepados al camión que gruñe...(grrrrrrrrrrrrr soy el camión basurativo grrrrrrrrr...como basura..............más dame más....)
Y no falta el vecino que trasnocha con la televisión encendida a todo volumen. El gurisito que llora toda la noche, y el gato en celo que se disputa tu sueñero entre tanto griterío lascivo.
Pero lo lindo es resignarse al insomnio. Salir al balcón y quedarse en soledad entre tanto violeta, y tantas pequeñas luces sonámbulas. Luces de colores que alumbran los balcones de los que no duermen. Lejos, lejos las luces de ese puente que une los edificios gigantescos de puerto madero. La cúpula del congreso con sus lucecitas que formas círculos y bailan. La casa que tiene ventanas de todos los azules. Los chiquitos que corren aunque sean las dos de la mañana, corren porque el verano trae otros horarios a la cena. El telo que se mueve como si no existiera un momento de calma en todos los minutos que tiene el día...
Empiezo diciembre, así, despiertísima. Hace rato que se me fue noviembre con toda su magia. Diciembre. Primero de diciembre, el día mundial de la lucha contra el sida...¿cuántos estarán despiertos como yo pero presos de la desesperación? ¿cuántos no podrán dormir de miedo o de tristeza? ¿cuántos no pegarán un ojo de dolor?
Al final tengo suerte de tener un simple desvelo y nada más.
Me preparo un café sentada en el balcón y oigo los murmullos que llenan el aire. Que hacen renacer la noche, que la llenan de voces y de arrullos. De canciones que buscan un oído despierto para tanta belleza.
Hoy hubo tanto sol que no sé si fue cierto. Te encontré entre las frutas de la verdulería. Y me sonreiste. Y te sonreí. Y qué lindo diciembre otra vez...y qué bueno por fin, haberte hablado.

sábado, 28 de noviembre de 2009

Juanele se acercó volando

No sé de dónde es que habrá salido esta tarde. De dónde vino con su silencio de oruga.
Pero se vino volando, como Neruda.
No vino nadando este soñador de río... se vino volando entre las nubes rosadas de la tardecita para cebarme unos mates...
...Y ahí, estaba, fantasmita flaco entre los edificios de Buenos Aires, mirando el cielo como extasiado. Como desnudo.
Y yo ví, las escamas en su espalda, y ví sus bronquios respirando el humo tan porteño como necesario.
Y él apenas habló. Se dejó mecer por la brisa como una pluma delgada, se dejó bailar por la brisa como un delicado arrollo de ternura.
Y estaba ahí. Más vivo que nadie. Más vivo que yo y mi cansancio de gran ciudad.
(Quizás se había escapado de las inundaciones por allá por mis pagos para venir a saludarme, para venir volando a contarme cosas, a dejarme con el mundo lleno de colores. A transformarme en alguacil para predecir la lluvia.)
Hoy Juanele se vino volando.
Puso la pava al fuego y me miró profundo. Se metió en mi cuerpo con toda su poesía y me dejó sangrando, sangrando agua, como una grieta en el baño...

"No, no es posible" Juan L. Ortiz

No, no es posible.
Hermanos nuestros tiritan aquí, cerca, bajo la lluvia.

¡Fuera la delicia del fuego, con Proust entre las manos,
y el paisaje alejado como una melodía
bajo la llovizna
en el atardecer perdido del campo!

Fuera, fuera, Brahms flotando sobre los campos!

No, la muerte mágica de la música,
ni la turbadora sutileza,
mientras bajo la lluvia
hombres sin techo y sin pan
parados en los campos,
vacilan al entrar a la noche mojada!

miércoles, 25 de noviembre de 2009

no sé para qué volviste...



hoy hay una mala humedad en el ambiente. sí. una humedad maligna. que llena de vapor el aire y hace que te sientas en un sauna continuo. un sauna solitario y ruidoso. imaginate. vas desnudo con una toalla cubriéndote el torso atravesando la manifestación que hay hoy en el congreso. vas desnudo con una toalla cubriéndote el torso al trabajo, al taller, a la puerta del colegio al que va tu hijo...

hay una humedad violenta en la ciudad, una humedad de pocos amigos.

y en la heladera mía lo único que hay para tomar es una botella de dos litros y medio de coca light que sobró de mi cumpleaños, y sólo queda medio litro sin gas distribuido en semejante botella. Pero está fría. Y lo que está frío sabe tan rico esta siesta gris y calurosa...

solito está el mate en un rincón

el café abandonado del invierno.

me propongo pensar un trabajo sobre la cosmovisión indígena, la memoria y el punto de vista

pero la humedá. la humedá me dice que no le gusta estar sola. que le haga compañía. y
destapa una cerveza y escuchamos "dramática" de dani umpi mientras pasan los autos, las bocinas, los electrodomésticos cansados de buenos aires...

y pienso en el río. el río que en este momento está tapando un gran pedazo de mi ciudad en entre ríos. el río que no le importa nada y trae en su intestino todas las humedades posibles y los pájaros y los peces marrones...

y estoy en el río uruguay...escuchando a umpi cantar la "zamba para olvidarte", estoy tomando esta cerveza en la orilla con esta misma humedad gorda gorda gorda como una perra preñada, gorda como un corazón...y nadie se está yendo con su casa tapada por el agua, y nadie está dejando su casa como una isla en el mundo inundado y con desesperación...

tomo este trago de cerveza y escucho "como eu quero" y miro el cielo que aguanta, que aguanta, que no tiene ganas de llover todavía, y pasan las nubes grises que tienen ya olor a lluvia pero que no llueven, que aguantan, que andan andando por el cielo, como yo, que viajo, que vuelvo, que tendría que pensar en otras cosas, pero no puedo.

martes, 24 de noviembre de 2009

Te dije andate


Te dije que te vayas sin que me importara la tormenta. Sin que me importara que te mojes, bajo esa lluvia intensísima ese sábado a mediodía.
Realmente,
no me importaba.
Ni que te fueras,
ni que te mojaras, ni que me llamaras llorando de un locutorio frente al congreso diciéndomé que es verdad, que no podés estar sin mí.
Uno cree que no puede estar sin alguien hasta que lo intenta, y ve, que la soledad no siempre es difícil ni nostálgica. La soledad puede ser maravillosa cuando uno no puede acostumbrarse a que lo traten mal.
No sé por qué uno se banca cualquier cosa del amor. Como si amar implicara también perdonar lo que sea, sin importar el grado de intensidad o de locura que tenga.
Sucede que ya me cansé de las historias de amor locas, y de fracasar en los intentos del amor terrestre.
No tiene tanto sentido tu vida cuando venís tropezando y tropezando,
y Buenos Aires es tan gris para andar triste...
Puf...Buenos Aires es para andar corriendo con auriculares y que se te vuele el pelo con el viento. O para estar abrazado a alguien caminando por el Parque Lezama o por la costanera...
A Buenos Aires no le queda bien la melancolía.
Para esos sentimientos están las ciudades pequeñas, las ciudades con plaza en el centro en donde Don Hugo recuerda lo bueno que fue el pasado.
La melancolía es una sensación hermosa en las calles angostas,
en las playas vacías...no entre los autos que se amullonan a montones, los colectivos que trinan, los perros que ladran del encierro, los porteros que lavan...
En Buenos Aires no hay espacio para la melancolía...hay demasiados sentimientos más fuertes como la bronca, o la pasión pululando por el aire...
La ternura apenas cabe en una ciudad hecha para superpoderes.
La nostalgia, sin embargo, a veces, pide permiso para entrar y entra, y se apodera de uno en la parada del 84 y la calle venezuela entera se viste de otoño.
La nostalgia porteña es de otoño, a veces, de invierno.
Jamás una nostalgia primaveral aparece en la parada del 84.
Hace unos meses nos habíamos abrazado en la puerta de la comisaría y nos habían echado.
Nos dijeron que esas cosas no se podían hacer ahí, en la vía pública, y mucho menos en la estación central de policía.
Parece que en Buenos Aires los policías no se abrazan.
Está prohibido que se abracen los policían
en Buenos Aires.
Pensamos los dos.
Pero bueno, esa anécdota es de cuando nosotros dos todavía nos abrazábamos y los dos sentíamos aún en la piel que el uno estaba hecho para el otro...
Mirá cómo son las cosas, con todas las personas con las que mantuve una relación hemos pensado que somos el uno para el otro.
Uno se adelanta a creer en el amor como si fuera sincero siempre.
¿Por qué el amor no puede ser hipócrita?
¿No tiene el mejor sentimiento del mundo derecho a confundirse?
¿Derecho a acostarse con alguien sólo para pasar el rato?
¿Derecho a cambiar de sexo sin que se lo discrimine?
¿Derecho a pagar una puta?¿A despotricar contra las religiones?
¿A hablar de política y malas costumbres?
¿No tiene el amor derecho de tirarse un pedo en la clase de yoga?
¿De caerse de la escalera de tanto whiscola?
¿De reprobar el exámen de educación cívica?
¿De mirar el programa de Tinelli?
¿No tiene el amor que bajar de ese pedestal en que se lo coloca para afrontar que es complicadísimo amar a alguien hasta que la muerte nos separe?
¿No debería asumir que a las personas ya hace bastante que les viene faltando su inyección de nervios?
Te dije andate.
Y nunca más volví a extrañarte.
Habíamos estirado tanto nuestra historia, que el momento en que dijéramos basta iba a ser para tomar otros caminos.
Habíamos ido y vuelto. Vuelto e ido nuevamente.
Habíamos rebuscado las posibilidades del encuentro, y las del desencuentro.
Habíamos encontrado problemas y soluciones en donde no había soluciones ni problemas.
Te dije andate.
Te dije andate, y hasta me dio placer verte tiritando como un animal mojado, temblando, en la vidriera de esa mercería, rodeado de medias de lycra, de camisetas, de bombachas...
Me hizo bien dejarte, así, ahí, temblando y entrar a casa.
Y abrir la ducha, y meterme debajo de ese agua tibia mientras pensaba, me animé, te dejé, me animé y te dejé temblando y solo bajo la lluvia de Buenos Aires,
la lluvia triste de las grandes ciudades,
que pliquitea sobre las chapas de los supermercados chinos,
de los restaurantes, de las estaciones de servicio, de los colectivos...
Te dejé solo en la inmensidad de Buenos Aires, solo en el barrio de congreso mientras la ducha me acaricia, vos, solo en un sábado gris,
solo entre el goteo incesante,
solo llorando y yo
ahí.
Mi cabeza viaja.
Y recuerda.
Antes solíamos volar sobre Buenos Aires,
saltar de techo en techo como los gatos.
Solíamos transformarnos en perros y salir a oler culos por las calles anchas,
por la avenida belgrano llenándonos de barro,
y de hojas y de amigos.
Solíamos volar hasta la punta del congreso, y disputarnos cuerpo a cuerpo con los gorriones.
Solíamos conversar con la estatua de Balbín en la plaza, leernos poesía y tomar vasos y vasos de vino hasta agotar a Gelman o a Boccanera.
Antes nos gustaba querernos de una manera feliz.
Ambos sabíamos cómo era el gusto de la desilusión,
por eso nos unimos en ese viaje romántico y etéreo
que no tuvo ningún desenlace tibio.
A vos te costaba arrancar, y te dije dejá todo. Dejá todo, yo muero por vos, pero ahora
andate.
El amor dura lo que un orgasmo.
Y la vida es apenas una mirada forzosamente exagerada del amor
o, en el peor de los casos, una noche de sexo desenfrenado
sin que ni siquiera te pidan el teléfono...
La primer noche que salimos juntos
me dijiste que no tomabas alcohol.
Salimos tarde un lunes
y lo único abierto que había era un pool
oscuro y cumbianchero,
con un hombre gigante y tatuado
y gesticuloso y violento como vos.
Nos gustó el lugar.
Nos gustó la cerveza.
Terminamos en una plaza cerrada por el gobierno de turno
mientras nuestras sombras hacían el amor con otras
que sobrevolaban por ahí.
Esa noche éramos otro tipo de personas.
Las personas que recién se conocen suelen tener otros comportamientos más dinámicos.
Nosotros nunca fuimos portadores
de bocas quietas,
pero ese lunes las palabras fluían en formas deliciosas
como si cada quien se hubiera preparado un discurso poético acerca
de la vida y otros componentes.
Toda la gente se enamora de la gente que habla enamorada de la vida.
Ésos éramos nosotros. Dos ahí entre los árboles.
Dos fanáticos de la existencia que se creían iguales por haber
congeniado en un chamuyo excelente para cualquier ávido lector de poemas
o de novelas o de cuentos.

Ahí estábamos nosotros.

Encantadores del mundo que complotaba para que la noche
durara toda la vida,
o para que la vida durara apenas una noche...

sábado, 21 de noviembre de 2009

Cuando nos queremos compartimos el mundo...




...y encima de todo, el mundo, se nos comparte,
por generosidad, o por cariño, vaya uno a saber,
pero el mundo jamás pide nada nadita a cambio.

martes, 17 de noviembre de 2009

" Y mi tonto corazón, late a tiempo de camión...."




Anduvimos desde el jueves andando por entre las murgas que pasaron por Concordia y por Salto el fin de semana. Muchísimas muchísimas murgas y mucha gente feliz deambulando con el mate, y la cerveza, y la reposera, y los amores...
Hubo lugar para los amigos, para la lluvia, para los borrachos, para la alegría, para el desconcierto y el enojo. Para la rebatiña de hielos y las conservadoras con fernet.
Para saltar y gritar lo que nos molesta.
Para saltar y gritar los que nos abriga, y nos quiere y nos arrulla.
Hubo lugar para los chivitos, para la cerveza, para el choripán y para el reencuentro. Para el chusmerío barato y para el chusmerío con onda. Ese que importa. Ese que nos cuenta de la vida del otro, pero porque el otro se quiere, y se cuida.
(Hubo relámpagos y truenos luminosos. Murgas conocidas y desconocidas.
Hubo hits murgueros para levantar el ánimo y algo de rocanrol y algo de ruido.
y hubo Tururú tinto band para revivir algunos años maravillosos.)
Andaban muchos con ganas de risa. De abrazo. De fiesta.
Y andábamos nosotros. Reencontrados ahí. Porque siempre, siempre la murga nos unió de una manera mágica. Nos mostró un universo ahí donde pensábamos que ya habíamos visto mucho.
Nos gritó en el oído para que despertemos, para que miremos eufóricamente más profundo.
Porque se puede cantando hacer del mundo un lugar más justo. Y se puede cantando intentar que lo cambiemos juntos a este pedazo de tierra adolorido. Cantando así, como canta el murguero, con esa energía que sale de no sé qué lugar indescriptible y te llena el corazón y te llena el alma.
Ahí andábamos todos. Con el río cerca, con la lluvia incipiente todo el tiempo, y la humedad de cientos por ciento, y la cerveza helada, y los sudores de bailantes que viajaban por el aire.
Ahí andábamos y nadie pero nadie se quedaba quieto.
Nadie estaba inmóvil, porque esa música aunque sea los dedos te hace bailar, aunque sea las uñas te llena de magia...

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Miércoles de mañana


Son las nueve de la mañana. Acabo de volver del supermercado.¿Vieron qué bueno es ir al supermercado a las ocho y media de la mañana? No hay nadie. Nadie pero nadie. El acomodador de la verdura acomoda desganadamente la verdura, la cajera toma el mate cocido apoyada en la caja, y la música, siempre siempre es esa canción de John Lennon que se llama "Woman" creo, que es tan tan pero tan de supermercado...´

Y volvía, y adelante mío venía una chica joven joven empujando una silla de ruedas con un chiquito, un gurisito mirante, que no podía sostener la cabeza, y entonces la cabeza del niño miraba y se caía para un costado y la joven le acomodaba la cabeza y seguía caminando, contenta, de que el sol brillara como lo hace hoy, con una sonrisa enorme. Y tenía el pelo largo, y brillante y pesado. Y el pelo le bailaba con la brisa y el niño dejaba caer su cabeza otra vez mirando el pajarito, o el gato de la gomería, o las hojas de los árboles. Y la mujer pelo sonrisa sirena acomodaba la cabeza caída del niño y la silla de ruedas avanzaba, como una música que cubría la mañanita. Y yo sonreí también. Y el niñito pequeño me miró con sus ojos negros, los mismos ojos de la madre...

Y recordé. Anoche soñé con vos. Nos encontrábamos en un viaje, en una estación de servicio. Los dos trabajabámos en algunos de esos proyectos complicados que son parte de los sueños y me diste una carta. La abri, y eran dibujos tuyos, y palabras, muchísimas palabras bonitas que me habías escrito. Y después me dijiste que no me lo habías dicho antes porque el trabajo no te dejaba andar de a dos.

Y nos fuimos juntos por ahí. Seguimos el camino juntos. Vos tenías un pullover marrón con una guarda. El mismo que tenías la vez que te vi atravesando la plaza Primero de Mayo un viernes a mediodía.

Pero volviendo, volviendo a hoy, hay un sol gigantesco que se mete en todas las hendiduras de la casa y la llena de alegría. Humea el mate y pienso, que ayer no tomé mate en todo el día, que hoy entonces va a estar tan tan rico como el sol.

Y tampoco andarán los subtes hoy. Y la gente se quejará de lo que va a tardar, de lo que va a gastar, de lo que va a seguir quejandose todo el día, porque encima se avecina un miércoles de tanto calor.

Y seguro muchas cosas andarán mal. Pero el sol hoy brilla como nunca, y esa mujer con el pelo que bailaba existe, y anoche soñé con vos, y hoy me voy al encuentro de murgas en concordia, y al río. Y tengo el mate preparado, y Nico está viniendo para que organicemos juegos para el taller de la noche. Y estoy escuchando a Fernando Cabrera que envuelve todo el aire... ¿De qué me puedo quejar?

domingo, 8 de noviembre de 2009

"Ninguna revolución es posible si no podemos ser, vivir y amar de acuerdo con nuestro deseo y en plena libertad"

Ayer 7 de noviembre fui, como hace varios años ya, a la marcha del orgullo gay en Buenos Aires. Fui, porque creo que es necesario que todos apoyemos sus derechos, porque los derechos deben ser para todos, todísimos sin importar cual sea la elección de vida o de amor que tome cada uno.
Creo que más de uno piensa como yo, porque ayer la marcha estallaba de gente, y no de gente solo, sino de gente feliz. Gente que bailaba y cantaba y se abrazaba y lloraba también en algunos ratos.
Tomamos cerveza, escuchamos música, bailamos y nos reímos porque el clima que se vive ahí es clima de fiesta. Nadie te mira con ningún ojo amenazante, nadie te pide que te retractes ni que des explicaciones. Es una alegría que lucha, que anda, que mueve la marcha del orgullo en Buenos Aires.
Hay muchas personas que luchan así, cantando, bailando. Que piden por ejemplo que dejen de una vez de asesinar travestis en el país, que no por nada el promedio de vida de un travesti en la argentina es de treinta y dos años. ¿No se merecen ellos que luchemos?¿No se merecen luchar para dejar de ser olvidados y desaparecidos en plena democracia?
Yo no sé. Hay muchas cosas por las que está bien visto luchar y otras no tanto. ¿Otras no son tan publicitarias o tan revolucionarias?
¿Por qué a la marcha del 24 vamos todos sin ser hijos de desaparecidos? ¿Por qué vamos a las marchas campesinas, o a las marchas del movimiento indígena y no vamos a la marcha del orgullo porque no somos gays?
Es hora de terminar con el prejuicio y tomar la calle por asalto, como lo dijo Marta Dillon, una periodista o escritora que no conozco, pero que escribió este artículo maravilloso hoy en el diario Página 12.




La calle por asalto

Por Marta Dillon
Es justo y necesario tomar la calle por asalto, porque sólo desde la calle es posible adueñarse del cielo mismo. Es justo y necesario poner el cuerpo y la voz ahí donde es imposible esquivarlo o silenciarla para que los reclamos, las luchas y las alegrías adquieran una forma nueva, colectiva, poderosa. Es justo y necesario saber que en el camino no se está sola ni solo, que es posible ir por más, que en la suma de la voluntades la corriente puede ser arrasadora aun cuando el tiempo no siempre esté a favor de los que luchan –según la frase convertida en consigna– y lleve una vida entera dar el primer paso, anotar el primer logro, plantar la primera bandera. De eso se trata marchar, de ponerse en movimiento en un acto codo a codo, para que el dolor que a veces puede ser una piedra en el pecho no se convierta en impotencia sino en el motor que anima los pasos, como sucede, por ejemplo, cuando son cientos de miles quienes marchan un 24 de marzo. Esos ríos de personas pudieron, con su presencia año a año, cambiar la historia del país, revertir las vergüenzas nacionales como el indulto o las leyes de impunidad a pesar de que ahora mismo el nombre de Julio López oscurezca cada uno de esos logros. ¿Pero como soportar incluso eso si no marchamos?
De transformar la impotencia en acción y la acción en alegría; de eso se trata marchar. De sacar a la calle la materia prima y el arte con el que puede trasformarse el destino. Y de todo esto, por supuesto, se trata la Marcha del Orgullo: tomamos la calle para oponer, justamente, orgullo a la homofobia, la transfobia, la lesbofobia, todas formas del miedo convertido en violencia. Nos hacemos visibles, nosotras y nosotros, nuestras familias, nuestros hijos y nuestras hijas, amigos y amigas, compañeros y compañeras, para que sea imposible esquivar este abanico de posibilidades que se despliega más allá del cuerpo, más allá de la imposición de una supuesta normalidad que no es más que dominación y falta de libertad. Estamos ahí, en el lugar donde se forja la historia, entre Plaza de Mayo y Congreso, porque decir nosotros y nosotras aun sabiendo que el colectivo que se pretende nombrar es inabarcable en su diversidad es una manera de hacer política y de exigir, a la vez, que la política formal deje de mirar para otro lado. Queda muchísimo camino por recorrer. Todavía sobrevive el sabor amargo del último debate en la Cámara de Diputados en torno del matrimonio sin restricción de sexos, en el que se habilitaron voces que con extrema violencia usaron argumentos propios de la Inquisición. ¿Por qué hay que escuchar de igual a igual a quien sostiene que la homosexualidad es una enfermedad curable con medicamentos? ¿Acaso escucharíamos a quien dijera que los afrodescendientes tienen el cerebro más chico? También sobreviven, impunemente, los atropellos policiales contra las personas trans, los códigos de faltas y los edictos en 10 provincias. Razones de sobra para marchar como lo hicimos ayer, aunque ninguna suficiente para quitarnos la alegría de estar en la calle, bailando en algunos casos, caminando en otros, poniendo el grito en el cielo en la mayoría, sintiendo que ninguna revolución es posible si no podemos ser, vivir y amar de acuerdo con nuestro deseo y en plena libertad.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Hagamos


Hagamos. Dejemos de mirar y hagamos.
Dejemos de quejar/nos y hagamos. De decir y hagamos...
Hacé.
Transformá la nada en algo. Hagamos.
Hacé un pensamiento. Pensá.
Un sentimiento. Sentí.
Hacernos.
Felices nos hacemos.
HAGAMOS. ALGO. minúsculo pequeño pero algo
una torta o un libro una carta una llamada un abrazo un viaje un guiso para todos una canción
hagamos hagamos hagamos
las cosas no puedan seguir girando de igual modo...
no digamos más. Hagamos.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Certidumbre


Unos días antes de venirme a vivir a Buenos Aires, hace ocho años ya, me junté con un amigo a tomar unos mates y a despedirnos.

Cuando él se iba,bajando por la calle guemes, me abrazó y me dijo: "No sé si te voy a extrañar a vos. Lo que voy a extrañar es la certidumbre de saber que estás."


Fue una frase que jamás olvidé. Vuelve a mí siempre siempre que alguien anuncia que se está yendo a andar nuevos caminos.


Extrañar la certidumbre de saber que el otro está, qué verdad tan verdadera entre todas las verdades verdaderas que pululan en el aire...

Porque en Buenos Aires las cosas son mucho así. Uno se ve poco con la gente que quiere. Pero está tranquilo, seguro, de que el otro, está a no más de un tren o un colectivo de su casa. Está. Existe cerca. Está viviendo en el mismo punto del espacio que uno. Nos llueve juntos. Nos solea a los dos. Él otro está. Siempre está ahí.


Cuando los amigos se empiezan a ir, entonces a uno le entra el desarraigo.
Falta la seguridad de la presencia cercana.
No están más...
Aunque no los veías tan seguido, ahora, directamente faltan. Y uno va a tener que mediar con colectivos y llamadas de larga distancia. Con videochat, o mail, o facebook o cualquier otra red social que hace que uno crea que las distancias se empequeñecen cuando en realidad las distancias cada día se afianzan. Toman una forma indestructible en el mapa que nos une. Y los que partieron, convencidos de que con la nueva tecnología si se van de algún modo también se están quedando , empiezan a estirar su visita. Empiezan a postergar el viaje de reencuentro...el abrazo...

Y digo todo esto nada más porque ayer se fue mi amigo Juan. Y me pone un poco triste.
Se fue a descansar un tiempo de la ciudad que lo/nos agobia, se fue llevándose la certidumbre de su presencia, de su llamada casi diaria. Se fue a andar feliz por el bordecito del río limpio...

Pero qué se yo...tal vez digo todo esto porque llueve hoy, y llovió ayer, y antes de ayer, y sé que a esta máquina de asfalto, a esta Buenos Aires húmeda, le va a empezar a faltar un pedacito que la hacía mucho más bonita...mucho mucho más bonita.